La última descendiente directa del General José de San Martín tuvo una tarea imprescindible en la conservación de su legado. Pero también se destacó por su activa participación humanitaria durante la Primera Guerra Mundial.
José Francisco de San Martín es un prócer incuestionado por la historiografía argentina. Los libros rescatan su tarea en las guerras de Independencia, su valentía en la causa patriótica, su renuncia a participar en guerras fratricidas, su austeridad y solidaridad con los sectores más desfavorecidos.
Esas virtudes fueron heredadas por su única hija, Mercedes Tomasa San Martín y Escalada, y por sus nietas, María Mercedes y Josefa Dominga Balcarce. Esta última, “Pepita”, como la llamaba el Libertador, nació y se crió en Francia, aunque siempre tuvo presente su vínculo con Argentina, pues en su correspondencia hablaba de “mi Patria” cuando hacía referencia a estas tierras. Se casó con un diplomático mexicano, Fernando María de los Dolores Vicente Jacinto Ceofás Gutiérrez de Estrada y Gómez de la Cortina.
Josefa tuvo una imprescindible tarea en la conservación de la memoria de su abuelo. Por pedido del Museo Histórico Nacional y también por iniciativa propia, donó todo el mobiliario de la casa donde vivió y murió el General San Martín en Boulogne-sur-Mer, Francia. Incluso envió un croquis para que se copiara a la perfección la habitación donde el Libertador pasó sus últimos días. “Pepa” también donó libros y cartas de su abuelo que han permitido reconstruir su vida y pensamiento.
Pero su misión no se limitó a conservar el legado de San Martín. Al quedar viuda, Josefa montó en su casa de Brunoy una residencia para asistir a ancianos y pobres, la Fundación Balcarce y Gutiérrez de Estrada. Era una casa de asistencia modelo por su estructura y vanguardia.
Cuando estalló la Gran Guerra en 1914, “Pepa” no abandonó la trinchera a pesar de las recomendaciones del gobierno francés y la residencia de ancianos pasó a brindar cuidados a los soldados heridos en el conflicto, tanto franceses como alemanes. Para ese entonces, tenía 78 años. Finalizada la guerra, su tarea fue reconocida con la Legión de Honor y hoy una calle de Brunoy lleva su nombre.
Josefa murió el 17 de abril de 1924 a los 87 años de edad. Con ella se extingue la descendencia directa del General San Martín, aunque su legado sigue vigente por otros caminos.