Rosario del Valle tiene setenta y un años, es jubilada pero un haber mínimo no le alcanza para subsistir ni para pagar . Es por ello que todas las mañanas de lunes a viernes instala su puesto ambulante en las cercanías del Banco Santiago del Estero, sobre la avenida 24 de septiembre. En el mesón adornado con un cartel que dice “Dios bendice mi negocio” la mujer se predispone a tentar a los tucumanos con cosas dulces que ella misma prepara. Empanadillas, alfajores de maicena y dulces caseros son algunas de las delicias que ofrece.
Con guantes, gorros y un cartón para hacerle frente al intenso frío, Rosario se sienta junto a Francisco (76) y pasan cinco horas al día intentando vender sus productos. Ambos ofician de vendedores ambulantes para poder pagar sus remedios. Ella padece diabetes y síndrome de túnel carpiano, él sufre EPOC y demencia senil.
“Hay remedios que si nos dan, que son más baratos pero hay remedios, como para la demencia senil, que no” explica Rosario. Quien además sostiene que la venta ambulante se hace difícil porque hoy la gente piensa bien antes de comprar debido a los gastos que tienen.
La situación de Rosario se repite en muchos casos. Según el Sindicato de Vendedores Ambulantes de la República Argentina (Sivara) en la capital tucumana hay 7.600 vendedores aproximadamente y el número se acrecienta con el correr del tiempo. Desde el año pasado se sumaron entre un 40% y un 60% de trabajadores informales a la venta ambulante.